Cada cuatro años, millones de estadounidenses se unen a miles de millones de sus compatriotas en todo el mundo para celebrar las asombrosas hazañas atléticas en los Juegos Olímpicos de Verano.

Los deportes que se practican en climas cálidos, como la natación y el atletismo, que normalmente no captan mucha atención en los medios estadounidenses, de repente saltan a primer plano. Los equipos nacionales compiten en campeonatos mundiales todos los años, pero es solo en los Juegos Olímpicos donde los aficionados ocasionales alientan a los colores rojo, blanco y azul.

¿Por qué los Juegos Olímpicos captan nuestra atención de una manera que sólo la Copa Mundial de fútbol puede igualar? ¿Y por qué nuestro arraigo nacionalista se extiende a deportes que de otro modo serían desconocidos?

Como estudioso de los deportes y con un interés especial en el fanatismo, he descubierto que las afiliaciones deportivas son fundamentales para el sentido de identidad de millones de personas. Para muchos estadounidenses, ser fanático de los Packers, los Lakers o Notre Dame es la forma principal en que se identifican, antes que su trabajo, su religión o su herencia étnica. Organizan sus vidas en función de los horarios de sus equipos elegidos, se adornan para mostrar su apoyo y construyen una comunidad de amigos entre sus compañeros entusiastas.

Básicamente, he argumentado, se trata de un proceso de narración, de entrelazar los triunfos y las luchas de un equipo con detalles de la propia vida de los aficionados.

Al igual que una comunidad religiosa, a los fanáticos también les gusta ver sus valores reflejados en el equipo y sus estrellas, apreciando a los atletas que muestran afinidad con causas particulares a través del servicio comunitario o donaciones caritativas.

En ambos casos, estas conexiones significativas se crean a través de vínculos de larga data entre atletas y fanáticos: relaciones imaginarias construidas durante meses, años e incluso décadas.

Los fanáticos estadounidenses miran la last del equipo femenino de gimnasia artística en los Juegos Olímpicos de Verano de 2016 en Río de Janeiro.
Foto AP/Rebecca Blackwell

Equipo de EE.UU

A diferencia de la mayoría de las lealtades a equipos, los Juegos Olímpicos no son una actividad cotidiana o estacional. Aparecen en la vida de los estadounidenses en intensos estallidos de dos semanas cada pocos años, llenando de asombro a los espectadores mientras observan a los atletas, a la mayoría de los cuales no reconocen. Es un tipo de historia deportiva muy diferente. Entonces, ¿por qué los espectadores se sienten tan conectados con los jugadores y otros fanáticos?

Para explicar el poder de la afiliación deportiva, los académicos a menudo citan la notion de las “comunidades imaginadas” del politólogo Benedict Anderson.

Anderson planteó la hipótesis de que a los seres humanos les gusta sentirse conectados a un grupo más grande, incluso si ese grupo se vuelve tan grande que está compuesto principalmente por personas que no conocemos personalmente, como una nación entera.

Para Anderson, el motivo por el que alguien se siente “estadounidense” tiene más que ver con la imaginación colectiva y el deseo de comunidad que con los detalles técnicos de la ciudadanía o las leyes nacionales. A pesar de la increíblemente amplia gama de experiencias estadounidenses (por no mencionar una atmósfera política cada vez más divisiva), los estadounidenses todavía quieren imaginar que compartimos una identidad nacional esencial que el equipo de Estados Unidos representa en el escenario mundial.

Una sala de exposición formal con maniquíes vestidos con trajes deportivos de color rojo, blanco y azul.
La vestimenta del equipo de EE. UU. para los Juegos Olímpicos de París se presenta en la sede de Ralph Lauren el 17 de junio de 2024, en Nueva York.
Charles Sykes/Invision/AP

Al envolver a los atletas en uniformes con motivos de banderas, los Juegos Olímpicos captan la atención de los espectadores ocasionales, a pesar de la oscuridad de la mayoría de los competidores. El desfile de banderas de la ceremonia inaugural prepara a los espectadores para esta experiencia, alentándolos a alentar a su país.

Hora de máxima audiencia patriótica

Sin embargo, el anhelo de una “comunidad imaginada” no es suficiente para explicar por qué los espectadores dedican tanta atención y emoción a un joven fenómeno del piragüismo que rema en busca del oro o a un luchador que supera disaster de salud para competir.

Hay otra fuerza que está dando forma a la experiencia olímpica estadounidense: el microscopio mediático de NBC Athletics.

La NBC posee los derechos exclusivos de transmisión en Estados Unidos de los Juegos de Verano y de Invierno desde 1988 y 2002, respectivamente, y ha pagado miles de millones de dólares por el privilegio de reproducir los icónicos anillos olímpicos debajo del logotipo del pavo true arcoíris de la cadena. En 2014, la NBC acordó pagar al Comité Olímpico Internacional 7.650 millones de dólares por los derechos de los Juegos de Verano y de Invierno desde 2021 hasta 2032.

Con esa cantidad de dinero invertido, la NBC tiene la intención de maximizar la atención estadounidense a los Juegos y mejorar sus propios resultados. Históricamente, han tenido bastante éxito, alcanzando un pico de 27 millones de espectadores en horario de máxima audiencia, en promedio, en 2016. Durante los Juegos de Tokio 2020, que se retrasaron, esa cifra se desplomó a 15,5 millones, la más baja de la historia para unos Juegos Olímpicos de verano sin embargo, las visualizaciones digitales y el streaming aumentaron en Tokio y durante los Juegos de Pekín en 2022.

Un puñado de personas que se encontraban dentro se llevaron las manos a la cara en señal de suspenso.
La gente en un bar de Nueva York observa el partido entre el equipo femenino de fútbol de Estados Unidos y Japón durante los Juegos Olímpicos de Verano de 2012 en Londres.
Foto AP/Alex Katz

Pero la cobertura que ofrece la NBC sobre los Juegos Olímpicos no es una visión neutral ni sin filtros. Por un lado, la cadena tiende a ignorar o restar importancia a las críticas a la administración de los Juegos, al país anfitrión y al COI.

Y cuando se trata de crear una “comunidad imaginada”, la NBC se toma muy en serio el arte de contar historias. Su cobertura incluye las competencias mismas, con los necesarios locutores jugada por jugada, gráficos informativos y entrevistas antes y después del partido. Pero también se apoya en gran medida en la emisión de perfiles suaves de atletas estadounidenses, con un énfasis abrumador en sus familias, la superación de la adversidad y otras historias que probablemente toquen la fibra reasonable del espectador.

Estos deportistas se convierten en personajes principales en la comprensión que los espectadores tienen del drama olímpico: personajes cuyas historias simpáticas están cuidadosamente elaboradas para alentar a los fanáticos a invertir tiempo, atención y emoción en seguirlos durante los Juegos. {Cada espectador necesita estar motivado para sintonizar: por ejemplo, ¿superará la velocista Sha’Carri Richardson su desilusión anterior y triunfará en el escenario olímpico?

Las hazañas atléticas pueden sorprender y pasmar en parques locales o campos de juego, al igual que en televisión. Pero, en última instancia, es la sensación de conexión con algo más grande –con los atletas y los espectadores de todo el mundo– lo que atrae a tantas personas a ver los Juegos Olímpicos cada cuatro años.

La comunidad imaginaria de la que se sienten parte los fanáticos estadounidenses cuando alientan al equipo de Estados Unidos no es informal. La atractiva dinámica de la afición, el nacionalismo y la narración dramática han sido cuidadosamente orquestadas para captar nuestra atención, para bien o para mal.