El mes pasado, Danny Mamlok, un amigo mío y profesor israelí de la Universidad de Tel Aviv, tenía previsto dar una charla en la Universidad Concordia de Montreal sobre el tema de la educación para la tolerancia. Cuatro días antes de la presentación prevista, los organizadores de este evento dijeron que fueron sometidos a una presión significativa por parte de grupos activistas professional palestinos en McGill y Concordia para cancelar la presentación de Mamlok.

No queriendo ceder a esta presión, los organizadores insistieron en que a Mamlok, que ha abogado por la paz durante décadas y que, como soldado israelí, incluso se negó a servir en Cisjordania, se le permitiera pronunciar su discurso.

Irónicamente, para asistir a una presentación sobre tolerancia, se ordenó a la audiencia que ingresara al lugar por el sótano, ya que los activistas pro palestinos habían bloqueado el acceso principal y luego interrumpieron la charla en Zoom.

Este esfuerzo por cancelar a personas o silenciar la libertad de expresión en los campus universitarios se ha convertido en un hecho más común en los días posteriores al ataque terrorista de Hamás del 7 de octubre de 2023. Pero incluso antes, era un fenómeno creciente en la educación top-quality y los medios de comunicación en todo Estados Unidos.

Un informe de 2023 de la Fundación para los Derechos Individuales y la Expresión en la Educación, una organización sin fines de lucro dedicada a proteger la libertad de expresión, encontró que “los intentos de castigar a los académicos universitarios por su discurso se dispararon en las últimas dos décadas, de solo cuatro en 2000 a 145 en 2022”. Ese informe también mostró que la censura de profesores proviene de ambos lados del espectro político estadounidense y que la mayoría de estos casos llevaron a algún tipo de sanción, incluido alrededor del 20% que resultó en despido.

En su artículo de 2021 de la revista Atlantic titulado “Los nuevos puritanos”, Anne Applebaum documentó más de una docena de casos de profesores y periodistas que fueron castigados por decir o escribir declaraciones controvertidas. Applebaum se centró en los casos de Donald McNeil, reportero científico de The New York Moments Laura Kipnis, académica de Northwestern e Ian Buruma, editor de The New York Evaluate of Books. El informe de investigación de Applebaum concluyó que estos individuos fueron víctimas de la justicia colectiva y de campañas en línea que exigían el despido rápido de los “infractores”. Además, señaló que estas campañas carecían de justa causa y no otorgaban a las personas canceladas el derecho al debido proceso.

La cuestión de la cancelación y la cultura de la cancelación ha recibido appreciable atención en los medios de comunicación y entre varios académicos, centrándose en las consecuencias personales que sufren quienes han sido cancelados, los riesgos políticos y las cuestiones legales que plantea esta práctica. Sin embargo, creo que los peligros educativos para la democracia que pueden surgir de los intentos de cancelar individuos o concepts, aunque profundos, han recibido menos atención.

Un cartel publicitario de Los Ángeles en Hollywood en 2022.
AaronP/Bauer-Griffin/GC Imágenes

¿Qué puede perder una sociedad democrática, desde el punto de vista educativo, cuando la gente decide prohibir o cancelar a alguien o algo? Mi propia investigación sugiere que existen al menos cuatro perjuicios educativos que pueden resultar de la práctica de cancelar.

1. Sesgos cognitivos

Se ha demostrado que la práctica de cancelar exacerba una serie de sesgos cognitivos compartidos por muchas personas, como el sesgo de confirmación y el razonamiento motivado.

El sesgo de confirmación es la tendencia a buscar y centrarse en información que respalde las creencias existentes y descartar la evidencia contraria.

El razonamiento motivado es la inclinación a examinar la evidencia con mayor escepticismo si no se ajusta a las creencias o valores existentes. Los estudios han descubierto que cuando las personas se cierran a perspectivas, voces y fuentes de información alternativas, socavan su capacidad para obtener una comprensión más profunda de los problemas y ampliar sus conocimientos. Por el contrario, la disonancia cognitiva que resulta de que quienes tienen perspectivas diferentes cuestionan las opiniones puede conducir a nuevos conocimientos y a un mejor aprendizaje.

2. Socavar las discusiones

La práctica de cancelar personas o tips decrease tanto el número como la calidad de las discusiones sobre diferencias.

Reprimir opiniones poco ortodoxas, esquivar conflictos o evitar involucrarse en perspectivas controvertidas a menudo resulta en conversaciones aburridas cuyo objetivo es simplemente “predicar al coro”. Una conversación tan predecible con una gama limitada de puntos de vista aceptables puede llevar a las personas a adoptar una mentalidad de rebaño, que acepta un conjunto de suposiciones y valores acríticamente.

En su ensayo “Sobre la libertad”, el filósofo John Stuart Mill argumentó que tener que justificar las propias opiniones ante alguien que se opone a ellas es esclarecedor para todos. Mill insistió en que la misión de la educación superior no period adoctrinar a los estudiantes sobre lo que debían creer, sino ayudarlos a desarrollar sus propias visiones del mundo basadas en su interacción con diferentes perspectivas y fuentes de evidencia.

3. Promoción del dogmatismo

Cancelar tiene el efecto educativo adverso de promover el dogmatismo en lugar de la apertura de mente.

Silenciar strategies que son políticamente incorrectas, insensibles o controvertidas puede hacer que la gente se sienta bien, pero no hace nada (como reconoció Mill y muestra mi propia investigación) para involucrar o edificar a las personas que se aferran a esos puntos de vista.

El peligro es que prohibir las opiniones subversivas deja tanto a quienes las sostienen como a quienes se oponen a ellas en sus enclaves segregados, reduciendo así las interacciones de diversas perspectivas que el filósofo y educador estadounidense John Dewey consideraba el alma de la democracia. Siguiendo a Mill y Dewey, yo diría que esa interacción crítica con puntos de vista controvertidos ayuda a promover una mentalidad intelectual abierta y evita que las personas se vuelvan dogmáticas.

4. Reprimir la disidencia

La práctica de cancelar es educativamente peligrosa porque busca suprimir el disenso y crea una falsa sensación de consenso.

Como ha ilustrado la historiadora y bioética Alice Dreger con la ayuda de numerosos ejemplos en su libro “El dedo medio de Galileo”, prohibir puntos de vista controvertidos o minoritarios priva al público de información valiosa sobre una serie de problemas sociales que deberían preocupar a todos. Del mismo modo, cancelar decrease la gama de perspectivas que pueden utilizarse para analizar cuestiones como el cambio climático y las pandemias globales y proponer posibles soluciones para resolverlas.

Luis Alberto Lacalle, ex presidente de Uruguay, dijo una vez que “el consenso destruye la democracia”.

El consenso destruye la democracia al restringir en gran medida la posibilidad de que una discusión animada, diversos puntos de vista y críticas rigurosas –todos esenciales para mantener el proceso democrático– desempeñen un papel importante en la configuración de la dirección de Estados Unidos y otras democracias. Y el consenso destruye la democracia al privilegiar la opinión mayoritaria, ignorar las necesidades e intereses de las minorías y marginar las voces disidentes.

Mi análisis sugiere que cancelar es una práctica equivocada y antidemocrática, que conduce a numerosas consecuencias educativas negativas, como promover el dogmatismo, desalentar la disidencia y socavar debates vigorosos.